miércoles, noviembre 30, 2005

Barnaros

Los Barnaros actuales son descendientes de una antigua sociedad secreta que se ha dedicado, de tiempo completo, a cultivar el hedonismo a lo largo de los siglos.

Son conocidos en el bajo mundo por su peligrosa tendencia al uso de la tecnología para fines puramente lúdicos.

Si encuentras uno en tu camino, hazte a un lado, nalgas a la pared, y no lo pierdas de vista hasta que desaparezca.

Sobre advertencia no hay engaño.

jueves, noviembre 17, 2005

Imágenes


Algunas veces me da por recordar pasajes de mi niñez. Mi familia estaba formada por una madre viuda con diez hijos y en aquel entonces vivíamos en la más absoluta de las pobrezas, llenos de carencias y sobreviviendo gracias al trabajo de mi mamá, de mis hermanos mayores y a la ayuda de almas piadosas que se condolían de nuestra situación.

De cualquier manera, la pobreza era una mera condición económica, porque siempre me he considerado un niño feliz. Siempre me veo contento y jugando con cuanto estaba a mi alcance. Recuerdo que mis hermanitas jugaban a las muñecas con botellas de refresco y, envolviéndolas con el sweater, las convertían, por la magia de la inocencia, en muñequitas de cristal, hasta el día en que la menor de ellas se cayó de la escalera con todo y mona y se abrió la frente. No pasó a mayores y sólo le quedó una cicatriz que de tanto en tanto le recuerda que fue una niña juguetona.

En una ocasión, mi mamá nos llevó a la feria de Morelia y me compró un pollito pintado de color de rosa. Y allí andaba yo, todo el día pastoreando a mi pollo en el patio de la casa hasta la tarde fatídica en que una enorme rata salió de la coladera y atrapó a mi pollito por las patas y lo arrastro hasta el fondo del drenaje. Yo me quedé pegando de gritos y petrificado por el horror. Esto lo sé porque me lo han contado muchas veces. El momento debe haber sido tan espantoso que lo he borrado de mi memoria. Recuerdo al pollito, pero eliminé el episodio de la rata. En las tardes de lluvia me gustaba ver los aguaceros en el patio porque al chocar las gotas de agua contra el piso formaban figuras extrañas que a mí me parecían ejércitos de patitos que llegaban en formación de combate para castigar a tan infame animal.

No fui al jardín de niños, sino que entré directo al primer año de primaria sin conocer ni la O por lo redondo. El primer día de clases, mi maestra, que suponía que todos los niños habían cursado la preescolar, nos puso a hacer una plana de bolitas y palitos y yo no supe ni qué era eso. En el recreo se me acercó mi hermana Isabel y rauda y veloz me hizo la plana en el cuaderno y así pude entregar el trabajo. Ése fue el primer diez de mi carrera. Pirata y todo, pero diez.

Al poco tiempo llegó a mi salón una bella muchacha normalista del colegio Plancarte de Morelia para hacer sus prácticas con mi grupo. Tengo muy buenos recuerdos de ella porque me adoptó como mascota. Le llamaba la atención que me presentara algunos días a la escuela sin zapatos. Cuando se despidió de todos nos dio paletas y dulces y a mí me llamó aparte y me regaló una caja con galletas, sopas, chocolate, leche condensada y otras ricuras. Yo pensé que debía estar loca por mí. A partir de allí siempre esperé que las practicantes me regalaran una caja de sorpresas, pero nunca más volvió a suceder.

Ese año fui el niño más destacado de la escuela. Representé a mi zona escolar en un certamen de aplicación y gané el segundo lugar estatal. Recuerdo que el día de la clausura de clases mi maestra me mandó a casa a que me cambiara de ropa porque me iban a dar un diploma durante el acto. Mi mamá estaba en casa de unas amigas cuando llegué a avisarles y se cooperaron entre todas y ese día estrené ropa, zapatos y toda la cosa.

Al año siguiente, mi tío Rogelio quiso ayudar a mi mamá y nos invitó a mi hermano Ramón y a mí a vivir con él en Cd. Juárez. Allá nos inscribió en la escuela y en el invierno conocí el prodigio de la nieve. Ese día despertamos con la novedad de que durante la noche había nevado y salimos asombrados a ver ese manto mágico que cubría la calle. En las mañanas, cuando no ha levantado el sol y la nieve está sin pisar no se siente el frío. Más tarde se vuelve insoportable. Pero, así y todo, hicimos un muñeco y armamos las batallas de rigor.

Regresamos a Morelia y al año siguiente nos mudamos de casa. Allí tengo uno de los recuerdos más entrañables de mi vida. En la navidad mi mamá y algunos de mis hermanos se fueron a la cena con mis tíos. Los cuatro menores nos quedamos en casa con mi hermana Chata, la mayor, y nos hizo como banquete navideño el caldo de pollo más exquisito que he comido. Ahora que lo pienso me resulta increíble que un caldo de pollo fuera el lujo más extraordinario que pudiéramos gozar en ese entonces. Invitamos a cenar a una amiguita que por lo visto tenía menos que nosotros y nos divertimos de lo lindo jugando y cenando. Jorge, el novio de mi hermana, llevó cuetes y palomas y los estuvimos tronando en la calle hasta la media noche. Esa es la primera celebración que recuerdo de una navidad. Posteriormente tuvimos otras más espléndidas y algunas en verdad suntuosas pero, ninguna como ésa.

Después crecí y mi vida tomó otros rumbos. Cambió la situación económica de mi familia y tuvimos acceso a muchas otras satisfacciones. Me he movido a otra ciudad y he formado mi propia familia. De vez en cuando todavía me regalo el lujo de un buen caldo de pollo y me siento transportado a esas épocas entrañables cuando disfrutaba tanto la belleza de lo simple.

luis david

martes, noviembre 15, 2005

Sincronicidades






Sincronicidades:
serie de eventos sin conexión causal alguna,
y cuya coincidencia en el tiempo y el espacio
es indispensable para la ocurrencia
de un hecho significativo.



Cuando yo tenía 10 años de edad, llegó a mi casa en Morelia una pareja de misioneros mormones para predicar su religión, y mi mamá, que en esa época andaba en busca de su salvación espiritual, los recibió en nuestro hogar y después de las pláticas de inducción de rigor nos convertimos a la buena nueva y terminamos bautizándonos en la iglesia mormona y asistiendo a los servicios religiosos.

Un domingo, después de la Escuela Dominical, los misioneros decidieron dividirse para realizar el trabajo que tenían programado para esa tarde y escogieron a sendos niños como compañeros. Yo salí acompañando al mayor de ellos y, después de pasar a comer en una fonda cercana, empezamos la labor.

La visita que tenía programada para esa tarde era en la casa de una familia muy numerosa donde los hijos estaban recibiendo la instrucción de los misioneros. Los chamacos se reunieron en el comedor de la casa y frente a mí se sentó la niña más bella del universo. Era una chiquilla de 9 años de edad, morenita, de pelo lacio y negro, con un fleco como de Príncipe Valiente y los ojos más grandes y expresivos que he visto en mi vida.

No pude despegar mi vista de esa aparición celestial y, a partir de ese momento, me sentí tocado por el Espíritu Santo y tuve visiones, confusión de lenguas y toda la cosa. Nos despedimos y ésa fue la única visita de la tarde.

Unas semanas después, un buen domingo, se aparecieron en tropel por la capilla para bautizarse y la niña estuvo llorando porque le daba miedo la ceremonia. Los mormones practican el bautismo por inmersión, lo cual significa que te meten en una especie de alberca llena de agua helada y te sumergen totalmente durante unos segundos hasta que acabas pidiendo perdón incluso por los pecados que ni piensas cometer.

Pues el angelito éste se negaba rotundamente a recibir al Señor en su corazón y yo me di a la tarea de convencerla y, luego de un buen rato de sesudos argumentos sobre la salvación de su alma, accedió a bautizarse bajo protesta. Nunca más volvieron a presentarse a los servicios. La familia en pleno pasaba por el trance de elegir entre volverse mormones o comunistas. Optaron por lo segundo y desaparecieron de mi vida.

Dos años después terminé mi escuela primaria. Yo, que era un excelente alumno, quería ingresar a la Secundaria Federal, pero mi mamá objetó que éramos muy pobres y no le alcanzaba para los uniformes y los libros que exigían allí, así que me apuntó en el glorioso Instituto Fray Alonso de la Veracruz, un colegio mediocre, católico y de paga (¿?)... “Si su hijo está sonso... métalo al Fray Alonso”, decían en Morelia.

Entré en un ambiente desconocido y un poco hostil. Allí me encontré con uno de los niños comunistas y formamos un grupito sui generis al juntarnos con un escuincle hiperactivo y con déficit de atención, seguramente expulsado de alguna correccional, y armamos la banda. Por las tardes hacíamos las tareas y jugábamos en casa de alguno de los tres, y cuando llegamos a la guarida del ateo me encontré de frente con su hermanita, ya dos años mayor y entrando en la adolescencia. Nunca me recordó ni supo que yo había sido el vehículo de su salvación. Para ese entonces yo era un puberto gordo, feo y desgarbado. El desastre químico fue inmediato: le caí muy mal y se las ingenió para que al poco tiempo me corrieran de su casa. Seguí siendo amigo de su hermano, pero dejé de visitar su cubil.

Mi amigo y yo elegimos diferentes rumbos en la preparatoria, nos separamos y nos perdimos la pista aunque estábamos en la misma escuela. Yo, para mi vergüenza, reprobé el primer año de la prepa y uno de sus amigos también. Nos conocimos en el grupo especial de los burros e iniciamos una muy buena amistad. Él seguía viéndose con sus antiguos compañeros y a través de él me reencontré con mi cuate de la secundaria. Me uní a la nueva pandilla y un buen día fui a buscarlo a su nuevo domicilio y me abrió la puerta la niña ésta, convertida en toda una señorita de 14 años, más bella que nunca y, contra lo que yo esperaba, le dio gusto verme. También debo aclarar que yo había dejado de ser gordo, feo y desgarbado y estaba en pleno proceso de galanización.

Un día fuimos en bola a una fiesta y yo aproveché la ocasión para acercarme a la niña bonita y, con el pretexto de invitarla a bailar, le tomé la mano y no se la volví a soltar en toda la noche. Al poco tiempo me animé y, en otra fiesta, le pedí que fuera mi novia. Me aplazó la decisión por 24 horas y nunca en mi vida he vuelto a hallarme en ese estado de desamparo y abandono total pero, para mi mayor sorpresa, accedió.

Dos años después mi familia decidió mudarse a la ciudad de México y yo aproveché el movimiento para abandonar la religión. Con mi novia resolvimos continuar nuestra relación a distancia. Por carta y con visitas cada quince días mantuvimos el noviazgo durante cinco años más. Hace ya 26 años que estamos casados, tenemos tres hijos, dos nietas y estamos esperando uno más para las navidades. Hemos formado una familia muy bonita.

Cuando viví mi vida en ese entonces, en tiempo presente y en el aquí y ahora, me parecía que era lineal y muy lógica. Revisándola en retrospectiva me doy cuenta de la enorme cantidad de casualidades significativas, inconexas y hasta inverosímiles que tuvieron que suceder para que nuestras vidas se sincronizaran de tal manera que hicieran prácticamente imposible la no-ocurrencia de las cosas tal y como se dieron.

Los misioneros mormones rara vez hacen citas para un domingo y, además, por obligación andan siempre juntos. Pero esa vez decidieron separarse, uno de ellos me escogió a mí como compañero y esta condición anómala me permitió entrar a la casa de la mujer de mi vida.

Que mi mamá decidiera volverse mormona es comprensible porque ese cambio de religiones era habitual en ella. Pero la mamá de mi esposa es la mujer más católica y piadosa del mundo. Una gran bondad, innata en ella, le impidió rechazar a los misioneros mormones y permitió que catequizaran a sus hijos en una religión contraria a la suya. Ella se mantuvo al margen pero dejó que las cosas llegaran hasta las últimas consecuencias y los muchachos se bautizaron con todas las de la ley. Gracias a ella pude conocer a la mujer de mi vida.

Que yo cayera en el hoyo negro del Fray Alonso era natural porque ya mi hermano estaba allí y la caridad de los padres Agustinos que lo mantenían, le permitía a mi mamá pagar poco y tarde. Pero mi amigo es un año mayor que yo y ya había iniciado la escuela secundaria en otro lado, de dónde lo sacaron por dedicarse alegremente al relajo y la vagancia. Su mamá se encontró de pronto con la alternativa única del Fray Alonso y allí lo refundió. Yo me acerqué a él porque fue la única cara conocida que encontré y, gracias a eso, volví a ver a la mujer de mi vida.

La relación con el amigo del grupo de los reprobados nunca se debió dar, porque él era hermano de un muchacho que tenía cuentas pendientes con mi familia, pero ninguno de los dos lo sabía y, de manera inocente, armamos una muy buena amistad. Gracias a él volví a encontrarme con la mujer de mi vida.

Cuando empezamos a salir a las fiestas en bola, éramos varios muchachos a los que nos gustaba la hermana de mi amigo, pero, sin explicación alguna, todos enmudecieron y se hicieron a un lado y yo, que nunca había declarado en público mis intenciones y venciendo una timidez apocalíptica, me acerqué a ella. Gracias a eso me pude relacionar con la mujer de mi vida.

Finalmente nos casamos, llevamos mucho tiempo juntos y cada día estoy más enamorado de ella, pero... ¿alguna vez tuve otra opción?.

saludos
luis david

sábado, noviembre 12, 2005

Soneto

El ritmo de tu cuerpo, amada mía,
florece entre mis manos anhelentes
que corren tus caminos delirantes
en busca de la frágil alegría.

La boca que te besa calmaría
sus ansias si tus besos susurrantes
llenaran los espacios mitigantes
del alma que se pierde en fantasías.

Tus piernas enredadas en mi alma
distraen la fortuna que me mata.
El dulce ronroneo de tu boca

trastorna mis sentidos, dicha loca,
revuelve pensamientos en la mata
de ensueño entre tus piernas que me calma.

luis david

viernes, noviembre 04, 2005

Nostalgia

Está lloviendo.

La lluvia moja el cristal de mi ventana
con un golpeteo persistente
martillando su melodía en las paredes
de la casa vacía por tu ausencia.

Escucho las voces del agua
y pienso en ti.

luis david