domingo, mayo 27, 2007

Incógnita


Yo sé quien eres,
te reconozco en el viento
que baja de la montaña,
en la luz que se filtra
entre los dedos de tus manos,
en la luna que se oculta en tus ojos
y en la oscuridad absoluta de tu nombre.
*
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Imagen: Tlacuiloco
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sábado, mayo 26, 2007

Luz de mi vida

... y todo para qué, Luz de mi vida, si desde que hablaste con la Luna empezaste a torcerme la boca y a rezongar como enajenada cada vez que te pedía un amoroso rato del necesario solaz y esparcimiento conyugal a que tenía derecho después de sobarme el lomo en el hospital todo el día desde el amanecer hasta que me escapaba para venir a caer rendido de amor en tus brazos y todo para que tu desprecio de hoy, Luz de mis ojos, me ubique en el último eslabón de la cadena alimenticia al ponerme en unas condiciones tan desesperadas que si acaso muero por ti ni las hienas van a aceptar mi carroña y mis pobres huesos se van a calcinar al sol que me quema como tus cuerpo desnudo que me niegas con ese placer insano que te produce mi sufrimiento y desesperación cuando ya de nada me vale, Luz de mis noches, haberte sacado de trabajar en el teibol aquel donde meneabas tu cuerpo cachondo con singular desparpajo y enseñabas con descaro a medio mundo el colorido tatuaje de tu clica bordado en la nalga derecha ante las miradas encendidas de lujuria de mis cuates y hoy mis enemigos jurados desde aquella noche siniestra en que te encontré borracha de felicidad cheleando en la mesa del Negro (pinche negro) que era mi gran carnal desde la universidad y que metía sus manotas enormes entre tus pechos titubeantes y que en mi locura y conmoción ya no supe si era lo único que te había metido y por el coraje ya no pude distinguir, Luz de mis días, si me dolía más tu boca llena de risas o los retortijones en el vacío de mi alma pura que se estrujó como acordeón desafinado ante la estulticia que rebasa los límites de lo decoroso cuando ya hasta me duele de manera horrible lo mal que pagaste el afán inútil de haber intentado educarte el oído con los discos inmaculados del mismísimo Frank Zappa para que al menor descuido los quitaras del estéreo y me endilgaras horas y horas de Juan Gabriel a todo volumen sin tomar en cuenta mi reputación de rockero alivianado cuando me mandabas a la calle de la ignominia con la cara roja de la vergüenza para ser señalado con el dedo por propios y extraños al arrastrar por el suelo el prestigio labrado en años y años de pachequez heroica y aún así te puedo perdonar cualquier cosa, Luz de mis cielos, menos que hayas bailado el jarabe tapatío sobre el rostro inmarcesible del buen Frank cagando de mi poster sesentero que había sobrevivido a las furias destructoras de mi padre para caer despedazado en uno tus berrinches monumentales por no sé qué pendejada del mercado de los chiles y las cebollas y que luego más coraje me dio, Luz de mis tardes, al enterarme que les fuiste a contar muerta de la risa tu hazaña a tus amigotas de la clica como la tal Luna que aunque no he tenido el placer de vérselas en vivo y a todo color debe tener las nalgas tan tatuadas como las tuyas que tanto amo y deseo estrujar entre mis manos cansadas de laborar noche y día para tu beneficio y real aprovechamiento olvidando tomar en cuenta que tanta falta de gratitud me hunde en el desconsuelo del amor herido por las espinas del capullo de tu flor ondulante y húmeda que rebosa de recuerdos mis noches solitarias cuando mis manos gratifican la soledad de la enorme cama vacía en dónde mis sueños se llenan de tus olores y del anhelo de devorar tu vida como tú sorbiste mi alma y me mandaste a deambular por la ciudad arrasada junto a una caterva de miserables desalmados que salen por las noches para aullar a la luna...
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Imagen: Tlacuiloco

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domingo, mayo 20, 2007

Te vi llegar como el viento

Te vi llegar como el viento,
impetuosa y violenta,
arrasando montes y valles,
derrumbando las murallas de mi deseo...
y me dejé arrastrar
en el vendaval de hojas secas
de los besos de tu boca,
y me dejé morir
en el desierto de arenas desnudas,
perdido en las dunas de tu cuerpo.


Imagen: Tlacuiloco

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sábado, mayo 19, 2007

Camilo

Éramos cuatro amigos que coincidimos en la Facultad de Medicina por casualidad. Pedro “el norteño” venía de Chihuahua; el gordo Mariano llegó de Cuernavaca; “el cañas”, o sea yo, era del DF y en ese glorioso entonces pesaba menos que mi hermanita; el Camilo venía de Veracruz, sus papás eran cubanos descendientes de congoleños y en un exceso de creatividad le apodamos “el Negro”. No había ánimo racista en ello. Eran apodos inocentes y así nos identificábamos. Cuando encontrábamos al Camilo en la calle lo saludábamos: “hola pinche Negro”, y él invariablemente contestaba: “hola pinches putos”.


El Negro era algo así como el líder de la banda. Era superior en los deportes, bailaba infinitamente mejor que todos, obtenía las calificaciones más altas del salón y tenía un enorme éxito clandestino con las muchachas. Era todo un estereotipo. Las chicas tenían que hacer verdaderos malabarismos con sus prejuicios para comprobar la veracidad de los rumores que corrían sobre el Camilo. O sea, todas querían con él, pero a escondidas.


Recorríamos los bares del centro arriesgando la vida para conocer el México profundo y tirarnos de cabeza a la locura de la noche, hasta que terminamos la carrera y el destino nos ubicó en diferentes lugares.


Después de muchos años, cuando nos volvimos a reunir, el Norteño se había dejado crecer la barba, Mariano había bajado de peso, yo había subido muchos kilos más de los que la decencia aconsejaba y el Negro seguía siendo negro.


Regresó del Brasil acompañado por una mulata de fuego con unas caderas de estruendo montadas en gelatina que nos dejó con la boca abierta. ¡Qué poca madre! Junto a ella nuestras mujercitas parecían lagartijas y se morían del coraje al vernos con la lengua de fuera.


Seguimos frecuentándonos para recuperar el tiempo perdido y una cosa nos llevó a la otra hasta el día siniestro cuando me bajo el switch de la Luz de mis noches. Pero esa es otra historia...

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