lunes, julio 16, 2007

Ritual

Ritual
(Obra en un Acto)

Silencio Total.

El escenario vacío, iluminado por una luz blanca, cenital, que evita las sombras incómodas. En el centro, sobre una pequeña tabla de madera oscura, descansa un elegante lienzo de seda negra doblado en ocho vueltas. Sin más escenografía, las paredes desnudas, blancas y opacas, crean un ambiente de austeridad desoladora.


El público colma la sala en completo silencio. Sólo el susurro de la respiración repetida mil veces es capaz de perturbar la tensión reverente del teatro. Se escucha el tañido sordo de una campana, grave y rítmico, que acompasa lentamente la entrada del actor que se desliza descalzo desde la izquierda hacia el centro del escenario con la mirada fija al frente en un punto indefinido.

Sin expresión en el rostro, su cuerpo atlético y delgado, cubierto apenas por una pequeña bata blanca, imprime severidad al acto.
Camina con lentitud hasta el centro del escenario con movimientos parsimoniosos y firmes y se detiene detrás del lienzo de seda. Cesan las campanadas.

Se arrodilla y se inclina ligeramente hacia el frente apoyando las manos sobre las piernas y se queda estático durante unos minutos. Su respiración profunda y acompasada lo sumerge en un estado inescrutable de abstracción abismal. Sus ojos inmóviles apenas parpadean. Su rostro severo, aperlado por un sudor ligero, se mantiene asentado en la nada.
Se inclina hacia el lienzo de seda negra y lo toma con ambas manos. El público inicia un murmullo gutural, persistente y monótono que se mantendrá estacionario creando un ambiente tenso de opresión casi religiosa.

El actor, siguiendo un ritual milenario, desenvuelve el lienzo de seda negra deshaciendo sus vueltas al pasarlo de una mano a la otra con elegancia. En la última vuelta deja al descubierto la fina hoja de acero brillante de una daga con mango de madera laqueada en color negro. Deposita el lienzo abierto con la daga sobre la pequeña tabla de madera oscura y se inclina en una reverencia profunda.
Se yergue y desanuda la pequeña bata que lo cubre quedando casi desnudo con apenas un pequeño taparrabos cubriendo sus genitales. Se inclina de nuevo sobre la daga hasta tocarla con la frente. Al enderezarse la toma por la empuñadura con ambas manos y coloca la punta fina y afilada sobre su ombligo. Se mantiene inmóvil y en tensión durante unos segundos. El murmullo persistente del público mantiene un clima de intensidad extática. Las luces del escenario se apagan quedando encendido solo un reflector cenital que cae directamente sobre el actor inmóvil cubriéndolo con un reflejo mortecino que acentúa la rigidez de su rostro. La escena apenas iluminada remarca un ambiente de misticismo ancestral.

El actor se inclina ligeramente y hunde de manera violenta la daga en su ombligo. El público detiene el murmullo y se mantiene en silencio respetuoso. El actor mueve repetidas veces la daga, hundida hasta la empuñadura, en su interior con movimientos violentos y sin proferir sonido alguno hasta que se derrumba en una agonía lenta y dolorosa con el rostro desencajado en un rictus mortal.

Queda inerte. La sangre se escurre entre las duelas del escenario. Sus ojos vidriosos permanecen fijos en un punto eterno. La escena se mantiene unos minutos más antes de apagarse la única luz que la ilumina. Una campanada solitaria queda resonando en la sala.


El público abandona el teatro a oscuras, en completo silencio.
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Imagen: Tlacuiloco

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sábado, julio 07, 2007

Sextina




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A veces ya no sé ni qué hacer
por desembarazarme a tiempo de esta
maldita soledad llena de culpa
que causa mi delirio y que me hunde
al fondo de la vida con el negro
presagio obstinado de la muerte.

A veces he creido que la muerte
sería preferible a la culpa
de seguir vivo, atado a esta
estúpida nostalgia que me hunde.
No puedo ni pensar en qué hacer
para alejar de mí el sino negro.

A veces el futuro es tan negro
que siento que el destino se me hunde
en vorágines insaciables con esta
añoranza caprichosa de muerte
repentina, oscura, para hacer
más corto el suplicio de la culpa.

A veces me parece que la culpa
es mía, sólo mía, y la muerte
sería un refugio ante el negro
camino que se cierra y que se hunde
ante mis ojos. Cómo le voy a hacer
para zafarme a tiempo de ésta.

A veces siento que voy sólo en esta
terrible confusión, en este negro
batallar que me consume. La muerte,
presencia ominosa de la culpa,
me ronda y me acompaña para hacer
más lúgubre el silencio que me hunde.

A veces el desprecio que me hunde
anula mis esfuerzos ante el negro
propósito de ver aquí la muerte,
sentada a mi lado ante esta
herida complicada por la culpa,
... a veces ya no sé ni qué hacer.

¿Y cómo hacer para arrancarme esta
culpa que me arrastra y que me hunde
en el negro abismo de la muerte?

Imagen: Tlacuiloco

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