miércoles, agosto 29, 2007

De la existencia de Dios

Durante meses o años,
busco
la justicia, el pan, la comida,
la sal, la mujer,
y hay momentos,
breves momentos,
en que he querido buscar a Dios...
Nunca lo he encontrado,
el día que lo encuentre
me quedo callado.

Jaime Sabines


La existencia de Dios (cualquier dios) es algo que rebasa al intelecto humano. No hay forma de probar su veracidad o su falsedad. Es un acto de fe. Lo crees o no lo crees. Es un asunto que está enraizado de manera profunda en nuestro sistema de creencias.

Las creencias son uno de los soportes primordiales de nuestro modelo de la realidad. Los seres humanos no percibimos la realidad tal cual es, sino que al percibirla la distorsionamos, eliminamos una parte importante de ella, generalizamos otra parte, la filtramos pues, y con todo ello construimos una realidad particular o modelo de la realidad. Por lo tanto, no apreciamos el mundo objetivamente sino de manera subjetiva. Es decir, no percibimos la realidad como es sino como creemos que es.

¿Qué es una creencia? Una creencia es una generalización que hacemos sobre algo a partir de uno o varios hechos significativos. Si una mujer acaba de terminar de manera dolorosa una relación de amor, puede a concluir que todos los hombres son iguales.

Una creencia es autoevidente, no necesita comprobación alguna porque pertenece al universo de lo obvio. Todos los hechos a su alrededor nos comprueban su veracidad. Para un creyente, la maravilla del cuerpo humano y la interrelación perfecta de todos sus sistemas son prueba incontrovertible de la existencia divina, mientras que para un no creyente, eso mismo es la mejor prueba de la evolución de las especies. Un mismo hecho nos puede llevar a corroborar presuposiciones contrarias.

Desarrollamos nuestras creencias durante toda nuestra vida. Nuestros padres, la sociedad, los medios de comunicación, los maestros y los amigos son algunos de los factores que influyen de manera constante en la creación de aquellas generalizaciones que nos llevarán a aceptar algunas cosas como ciertas y a negar la veracidad de otras.

Tenemos creencias integradas a todos los aspectos de nuestra existencia: la religión, la política, las ideologías, nuestras preferencias electorales, nuestros gustos artísticos, las modas que adoptamos y demás, están basados en nuestras creencias. Podemos asegurar que todos los aspectos de nuestra vida giran alrededor de un complejo sistema de creencias que se entrelazan para darle certidumbre a nuestro mundo aunque no seamos conscientes de ello.

Nuestras creencias cambian de manera constante aunque no siempre seamos capaces de darnos cuenta: en algún momento de nuestra vida llegamos a creer profundamente en la existencia de los Reyes Magos (perdón si estoy revelando un secreto pero sí, señoras y señores, los Reyes Magos son los papás) y luego dejamos de creerlo (algunos). Cambiamos nuestras creencias imperceptiblemente o de manera abrupta. Algún hecho significativo importante (un accidente, una desilusión amorosa, una derrota cardinal, un triunfo trascendente, una alegría inesperada, etc.) nos puede llevar a un cambio súbito de alguna creencia que pensábamos inamovible.

Las creencias no son modos de pensar aislados, sino que están entrelazadas unas con otras formando una intrincada red de presuposiciones que nos permiten distinguir lo verdadero de lo falso, aunque para cada uno de nosotros lo verdadero y lo falso sea diferente, como lo podemos apreciar en cualquier reunión o debate. Tenemos creencias superficiales o profundas y algunas de ellas llegan a ser el núcleo de nuestra existencia. Al pertenecer a un sistema complejo, cuando cambiamos una creencia nuclear se modifican en mayor o menor grado todas las demás.

Para todos nosotros existe una creencia que se llama Dios y que se hace palpable de dos formas diferentes: todo nuestro sistema de creencias puede estar avocado a aceptar de manera natural su existencia o su no existencia. La existencia o la inexistencia de Dios forma parte de nuestras creencias nucleares e influye de manera definitiva en todas las demás.

Aquí es importante distinguir la espiritualidad de la religiosidad. La espiritualidad es la manifestación de nuestra esencia interna, abarca todos los aspectos de nuestra vida y no requiere necesariamente de la existencia de un Dios, mientras que la religiosidad es la representación externa de nuestra creencia en un Dios en particular que demanda un rito específico.

Y lo mejor de todo es que, sin importar que nuestras creencias sean divergentes, todos estamos absolutamente seguros de tener la razón y lo podemos discutir interminablemente.

Saludos
contreras

sábado, agosto 18, 2007

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Jimi Hendrix